Sinfónica

Amor Omnia

21-09-2019

El pasado miércoles 18 de septiembre Zubin Mehta volvió visitar Barcelona, ​​en esta ocasión junto a la Orquesta Filarmónica de Israel y con la Tercera Sinfonía de Mahler en el atril, concierto que tuvo lugar en L’Auditori con un gran aforo de público .

Cuando en 1895 Mahler comenzó la composición de la que sería su más extensa obra sinfónica, los colores y las sombras de la naturaleza volvieron una vez más a empapar totalmente la partitura. El compositor veraneaba entonces a Steinbach am Attersee, una pintoresca aldea cerca del lago Atter, entre Salzburgo y Linz. La naturaleza siempre fue para Mahler un pilar indispensable de su arte compositivo; pero en la tercera sinfonía asistimos a una especie de camino iniciático a través de sus diferentes estadios: geología, botánica, zoología, antropología … se van sumando en este ciclo evolutivo fascinante hasta llegar a su apoteosis final de la redención panteísta.

En su primer movimiento, Lo que nos cuentan las piedras subtitula el compositor, a partir de la nada la materia empieza tomar conciencia, la naturaleza se despierta desde su primigenio estado amorfo hasta el brillante estallido instrumental, como si nos encontráramos delante del propio Big Bang. El episodio, el de más longitud de toda la sinfonía, fue ya entonces una primera toma de contacto con la batuta de Mehta: una lectura pausada, con un gesto austero (incluso en los momentos de más arrebato sinfónica) y un gran control de la imponente estructura sonora mahleriana, quizás en exceso previsible y sin la sorpresa de otros grandes de la dirección. Agradecemos, a pesar de todo, la precisión neoclásica en el segundo movimiento, un minué heredado de la escuela vienesa de Mozart y Haydn, y el excelente prestación del oboe solista en esta especie de ballet de las flores.

El rendimiento orquestal no llegó a las cotas de preciosismo de otras ocasiones cuando hemos escuchado Mehta ante diferentes agrupaciones; podremos volver a hacer la comparación cuando dentro de unos meses el director indio nos vuelva a visitar junto con la Filarmónica de Viena (25 de abril). Varias inexactitudes, especialmente en los siempre problemáticos metales (y siempre problemáticas trompas), se sucedieron a lo largo del concierto. Algunos de los extraordinarios momentos solistas con lo Mahler rellena toda la obra, no fueron más allá de la corrección, sin ese toque etéreo que eleva nuestra alma. La maravillosa melodía del tercer movimiento, el anuncio en la lejanía de la muerte del cu-cut a cargo del cuerno de puesta (el concierto inexplicablemente se sustituyó por una trompeta estándar), no tuvo la magia exigida y patín unas evidentes inexactitudes en un movimiento que parece un variado bestiario musical.

En el cuarto movimiento Mahler nos sumerge en la noche más oscura, teniendo como referencia los versos del Así habló Zarathustra y que entona la contralto solista. El hombre, con todas sus contradicciones y miedos, aparece entonces arrastrando el dolor de la existencia, donde sólo la promesa del gozo de la eternidad parece tranquilizar su vacío. Los más cinéfilos recordarán el fragmento de la hipnótica Muerte en Venecia de Visconti, a pesar del enorme popularización del adagietto de la Quinta del mismo Mahler. La voz poco carnosa de la mezzosoprano Gerhild Rombergerger (en nuestros tiempos encontrar una contralto real parece haberse convertido en una quimera) no terminó de comunicar la trascendencia espiritual del momento, a pesar de su estilo depurado.

Los dos últimos movimientos suponen la redención de la divinidad (tratada en forma de naïf pesebre navideño, con ángeles y campanillas) y del amor. La corte angelical corrió a cargo del Cor de Noies y Infantil del Orfeó Català, que estoicamente esperó durante más de una hora de su corta intervención, eso sí, interpretada de manera excelente.

Pero el gran fragmento de la sinfonía lo encontramos en el último movimiento, Lo que nos dice el amor, una parte que se notaba que la orquesta había preparado a conciencia y ante la que no eran posibles las medias tintas. Mehta también dio lo mejor de sí mismo, con un discurso ricamente fraseado, saboreando cada una de las notas que componen esta repuesta melodía que poco a poco nos va elevando hasta un estallando himno redentor. Según Mahler, esto era lo que nos decía Dios, un Dios que sólo se podía concebir transfigurado en amor. Ante tan extraordinaria declaración, el público estalló en una gran ovación hacia Mehta y sus músicos.

Foto: Filharmònica d'Israel, Zubin Mehta

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