Critica

Bostridge&Mehldau: Cuántas caras tiene el deseo?

01-03-2019

El martes se estrenaba un ciclo de canciones en L’Auditori. Añadamos que la otra obra programada era un ciclo tan querido como Dichterliebe, que el tenor Ian Bostridge no frecuente casa y que el pianista y compositor de la obra estrenada, Brad Mehldau, proviene de otro mundo musical, el jazz. La propuesta era muy golosa y los aplausos del público que llenaba la Sala 2 Oriol Martorell daban fe que fue un éxito.

Asistir a un estreno es muy estimulante; hacerlo sabiendo que deberás hablar después añade presión. Todo lo que te llega es nuevo y te das cuenta que por mucha atención que pongas sólo captarás una pequeña parte de tanta información. Entonces te das cuenta también que lo que estás escuchando te gusta bastante y ​​piensas que quizás es necesario que te relajes: advertirás que tus oídos están poco acostumbradas al jazz y la crónica estará sesgada hacia el lado clásico, pedirás perdón a los lectores ya los señores Mehldau y Bostridge por si te leyeran y contarás lo mejor que puedas tus primeras impresiones.
 
The Folly of Desire es un título suficientemente explícito: el tema de las diez canciones del ciclo es el deseo. A veces cumplido, a veces no, a veces cumplido por la fuerza. Los textos recorren una especie de arco: Blake y Yeats abren, Yeats y Blake cierran. En medio, alternancia de lenguajes prácticamente opuestos: dos sonetos de Shakespeare, un poema de Brecht, dos poemas sobre Ganimedes (Goethe y Auden) y uno de e.e. cummings. La música es tan variada como lo son los poemas y Mehldau utiliza los contrastes también para subrayar los textos; es así como después de las dos primeras canciones, donde no hay melodía, conduce nuestra atención a la frase que abre el Soneto 147 de Shakespeare, “My love is a fever”. A la belleza de los dos sonetos, en los que detecté por primera vez (supongo que de manera torpe) la presencia del jazz, la sigue la brutalidad de Über die Verführung von Engeln, como una bofetada. El texto en alemán de esta canción iba acompañado de esta nota: “Por petición del artista, este poema queda en el alemán original, sin traducir”. Pensaba el artista que nos escandalizaríamos? Y cómo hace para hurtar el texto al público alemán? Pero bueno, le seguiremos el juego y no haremos spoiler; quedémonos sólo que la canción declamada, dura, contrastaba violentamente con la anterior y la posterior.
 
¿Qué tiene Ganymedes que no tengan el resto de poemas del ciclo? Dos referencias musicales de mucho peso, las de Schubert y Wolf. Parecía que sería difícil escuchar una nueva sin que interfirieran estas dos, pero Mehldau consiguió desde los primeros versos que dedicáramos toda la atención; es una canción hermosa, donde el compositor elige como verso clave “umfangend, umfangen“, la entrega total de Ganimedes a Zeus. Auden deja entrever el rapto más claramente que Goethe y nos sugiere, como lo hace la música, las consecuencias. A estas alturas del ciclo ya podíamos empezar a anticipar cosas. Efectivamente, venía otro cambio radical con the boys I mean are not refined y esta vez incluso las orejas menos hechas al jazz lo escucharon. Después de la exuberancia de esta canción, llega la delicada y minimalista estrofa de Sailing to Byzantinum antes de cerrar el ciclo con el pesimismo de Blake, con un lenguaje musical similar al que la abría. A pesar de los cambios de estilo, las canciones se suceden a menudo sin pausa, con interludios como transición; unos momentos que, como el largo postludi final, tienen algo en común, conceptualmente, con los de Schumann, el compositor de la segunda parte.
Mehldau ha compuesto este ciclo pensando en Bostridge, lo pone a prueba (literalmente cuando escribe por el registro más bajo) y el tenor pasa el examen con nota: es seductor, es dulce, es irónico, es frío, es sarcástico, mira la partitura de vez en cuando y nos lleva por todos los senderos del deseo según Mehldau; el pianista no le quita el ojo de encima y sólo parece que se olvida en los interludios y el postludi final; en estos momentos es el cantante quien no quita el ojo de encima al pianista. Postludio, por cierto, que confirma las ganas de volver a escuchar el ciclo para atrapar algunos de los muchos detalles perdidos en la primera audición.
 
Pasamos de estar abrumados de una obra nueva a escuchar en la segunda parte una de vez conocida que puedes detenerte como quien dice en cada sílaba y cada nota. No cambiamos de tema, pero; Heine habla a Intermezzo de un amor frustrado y Schumann elección y reordena poemas para construir una historia que nos habla de deseo no cumplido. Escuchamos, además, un Dichterliebe “completo”: los dieciséis lieder que forman la versión definitiva y los cuatro que Schumann descartar antes de publicarlo.
 
Una discusión habitual entre musicólogos es si Schumann recoge o no la ironía que empapa los versos. Diría que hay pocas dudas de que Bostridge y Mehldau sí lo hicieron, la acentuaron y la hicieron protagonista. Otra conversación frecuente entre aficionados es si las obras de un recital se influyen unas a otras y la respuesta martes también fue clara: sí. Una obra que se suele abordar desde el impresionismo, por decirlo en términos pictóricos, la abordaron esta vez desde el expresionismo. Se intuía ya desde las primeras frases del piano, se hizo más evidente en Die Rose, die Lilie, die Taube, die Sonne y quedó definitivamente claro a Im Rhein, im Heiligen Strome; es la primera vez que siento que la mención a “die Wängle” (las mejillas) suena casi a insulto. La ironía se convirtió por momentos en sarcasmo y la ternura desapareció en una interpretación singular que encajaba perfectamente en aquel concierto. Hubiera optado Bostridge por el mismo enfoque en otro contexto? Si la respuesta es que sí, ha cambiado mucho su manera de entender el ciclo desde la última vez que le oí, no hace tanto tiempo. Funcionaría Dichterliebe tal como lo escuchamos el martes en otro contexto? Bastante tengo para explicar lo que he vivido como para atreverme a explicar lo que no ha pasado … La cuestión es que en ese momento funcionó.
 
Durante un tiempo muy breve, las dos primeras canciones de las cuatro descartadas, pareció que tendríamos un final ortodoxo, pero fue un espejismo; las dos últimas lo desmintieron y así pudo aparecer Cole Porter con naturalidad y sin chirriar a las dos propinas: Everytime we say goodbye y Night and day (sin beat, beat, beat of the tom tom, es la única pega que le puedo poner). Qué buen concierto!


Fotos: Brad Mehldau, Ian Bostridge

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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