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Como hablar de lo inefable en tiempo pandémicos

Reflexiones sobre el papel del periodismo musical en momentos vertiginosos

21-09-2020

Este septiembre ha arrancado fuerte, y ya teníamos ganas, pero todo se está desarrollando de forma bastante desorganizada y un poco esperpéntica. Como nunca, esta crisis ha hecho que vivamos un momento de cambios radicales de paradigma. Y, ante el histerismo de la oferta que queremos cubrir, nos preguntamos cuál debe ser la función del periodismo musical y, más allá de eso, la crítica musical para dar una visión significativa de la actividad que nos rodea.

El Liceu a Montserrat_Antoni Bofill
“Del dolor a l’esperança” es la propuesta del Liceu para arrancar la temporada. Foto: Antoni Bofill

Hasta el mes de marzo vivíamos instalados en unas inercias que habíamos adoptado como propias sin ser demasiado críticos. Pero hay dos elementos clave que creo que nos deben hacer replantear el enfoque que hacemos en el mundo musical de forma radical: la excelencia de nuestros artistas y la necesidad de relato para hacer significativos socialmente los discursos artísticos.

Por un lado, en los últimos años hemos logrado un nivel artístico y técnico excepcional. Las generaciones que suben en nuestro país tienen un acceso mucho más directo al conocimiento y se forman con herramientas y metodologías más modernas que hacen más eficiente el aprendizaje y contribuyen a construir una sociedad más preparada que nunca y con un enfoque muy profesional. ¿Tiene sentido, por tanto, juzgar con elementos exclusivamente técnicos las actuaciones artísticas? O quizás necesitamos preguntarnos a qué tipo de artista nos enfrentamos, qué quiere comunicar y qué hace única su propuesta porque el hecho artístico habla por sí solo, también, a través de los programas.

Y aún más: si el nivel ha subido tanto aquí, por qué no reconocemos de una vez por todas que nuestros artistas pueden hacer un trabajo extraordinario en nuestras programaciones en lugar de quedarnos en este provincianismo casposo de pensar que los fuera lo harán major. A raíz de la propuesta del Liceo “Del dolor a la esperanza”, el compañero Jaume Radigales hacía un tuit hace unos días denunciando que ninguno los solistas con quien contaba la dirección del teatro eran de casa. Esto ha despertado un alud de manifestaciones en las redes y muchos artistas catalanes, especialmente del mundo de la lírica, han puesto de manifiesto sus dificultades y la necesidad de sentirse apoyados por nuestras instituciones. Como colofón, la voz más punzante del sector expone de forma brillante la problemática. Bernat Dedéu nos recuerda que no sólo tenemos la responsabilidad de “dar de comer” a nuestros creadores, sino que “sin cuidar el patrimonio, la internacionalización del arte de un país es una simple quimera”. Voilà, para mirar hacia el norte y anhelar una vida despierta y feliz, lo primero que hemos de hacer es una mirada atenta a nuestro alrededor con un acto de absoluta responsabilidad. Porque si queremos subvenciones, debe haber un retorno social de forma clarísima y este pasa, en primer lugar, por dar oportunidades para vivir de su trabajo a nuestros artistas y compositores a la vez que les exigimos excelencia. Porque apostar por nosotros es requisito indispensable para acercarnos a esta excelencia como pueblo.

Más allá de eso, el segundo elemento se puso de manifiesto como una necesidad urgente a poner sobre la mesa a raíz de la pandemia, cuando todos los espectáculos se cancelaron y dejamos de poder tener experiencias en vivo. Artistas y profesionales de la cultura se quedaron sin trabajo y, a pesar de la reanudación del verano, todo pende de un hilo. En este contexto, hay que reflexionar profundamente si tiene sentido enfocar el tratamiento del hecho musical desde el art pour l’art. Reconozco que, personalmente, siempre he tendido a adoptar una postura muy intelectualizada y conceptual del hecho cultural. Ahora, que el mundo se revela más feroz que nunca, me hago una pregunta muy cruda: ¿con qué moral puedo pretender vivir (ergo, cobrar) de un trabajo con la que ayudo -exclusivamente- a enriquecer mi espíritu? ¿Cómo justificar ante la sociedad que quiero hacerlo de lunes a viernes, y no sólo el fin de semana, más allá de un hobbie ilustrado? Ahora mismo, se me impone el pensamiento de que, en efecto, nuestro trabajo es más necesario que nunca pero le falta un replanteo y encaminar nuestros ríos de tinta a ofrecer una crítica más significativa, que valore la aportación social y no sólo artística del proyecto. Ya no es relevante, desde mi punto de vista, que la crítica musical hable de las maravillas técnicas de los artistas para determinar si valen o no valen. Lo que se nos pide es cuál es la aportación que hacen a la sociedad sus propuestas artísticas en global. Debemos dar argumentos sólidos en favor del arte como herramienta de transformación social cuando pedimos un -irrisorio- 2% del presupuesto, más allá de la realización personal y el valor intrínseco de la música como manifestación de la Voluntad schopenhaueriana o la defensa de una concepción idealista del arte. Debemos demostrar que el arte es la única forma de ser libres para hacer avanzar la sociedad a través del cuestionamiento de sus paradigmas y tenemos que convencer al resto de la sociedad que esto es así. Por lo tanto, el trabajo de artistas y programadores es hacerlo patente a través de las programaciones y las propuestas y nuestra responsabilidad como críticos y periodistas culturales es explicarlo, ser un altavoz crítica del sector y demostrar que merecemos el poder que tenemos con aportaciones que analicen de una forma holística las propuestas que se nos presentan para destilar su sentido completo y hacer que se olviden los miedos, las preocupaciones y las rutinas y invitarnos hacer un viaje transepocal y trascendente.

Ligado a esto, nos preguntamos si, por ejemplo, la avalancha de sinfonismo que asola esta anodina reentrée da respuesta a las necesidades de nuestra sociedad. En el caso del arxirepetida novena de Beethoven, de la que Dudamel, Pons y Grau dan su visión estos días, tenemos que pensar si, más allá del canto schilleriano a la fraternidad, ésta contribuye a responder a la necesidad que tenemos de consuelo. Quizá, después de todo, un genio tan alocado y arrogante como el de Bonn, con una energía tan desbordada y autoritaria que -tomando las palabras de un “bípedo” compositor amigo mío- puede llegar a saturar, no despliega el mensaje que reclamamos. Quizás este tipo de sinfonismo ahora se hace superfluo y deberíamos pedir unas programaciones que favorezcan una comunión general hacia el recogimiento, repensando el repertorio de una manera más amplia. Quizás es simplemente cuestión de gusto personal, pero creo que lo que nos piden los tiempos es música que nos transmita intimidad y consuelo como, por ejemplo, la música de cámara y los magníficos cuartetos de cuerda de la bienal de L’Auditori con un Quartet Casals que -dicho sea de paso- nos ofreció un Beethoven con una perfección que duele. La cámara se manifiesta como un instrumento para curarnos y envolverlo en nuestra intimidad sin victimismos pero tampoco con movimientos efectistas. Hay que desmaquillar el mundo, buscar las verdades más íntimas a través de un discurso sin fisuras, honesto y sincero que nos responda hermenéuticamente y que sea un catalizador de nuestras reflexiones más profundas.

Aparte, y volviendo al dolor y la esperanza, las propuestas que piden los tiempos son inclusivas y democráticas, esencialmente. En este sentido, parece una postura un poco esnob la del Liceo cuando quiere combatir la desesperación colectiva desde la montaña de Montserrat con invitaciones para los más pros y medios gráficos que recojan imágenes espectaculares -y nada más. Es una postura elitista que ahora no nos dice nada y menos cuando lo que se nos pide es que tengamos relevancia para la sociedad. Y que los puristas no se alteren: responder socialmente no implica renunciar a la libertad creativa.

Ahora estamos en un punto de no retorno, un Wendepunkt que pide un giro copernicano en nuestras acciones y nuestro pensamiento para que este Homo provisionalis en que nos ha convertido la pandemia pueda sobrevivir y tener otra vez expectativa de futuro. Lo tenemos que hacer por todos nosotros y por lo que defendemos como supremo: el arte. Porque la cultura no es sólo necesaria: es imprescindible, un derecho y un deber fundamentales que debemos proteger y ejercer plenamente.


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  1. La nit d’ahir vaig ser a Montserrat escoltant el concert del Liceu. Soc Arquitecte i de sempre sé que una església és acústicament inadeqüada per a la música simfònica. Ahir no es sentia bé, tot al contrari.
    Dius : ….. en els darrers anys hem assolit un nivell artístic i tècnic excepcional ….. em sap greu afirmar que l’ahir viscut ho contradiu.
    Salut !
    Pere

  2. Em sembla un article magnífic.
    Com compositor estic molt decebut d’aquests plantejaments allunyats de la nostra realitat musical, el concert del Liceu és un reflex d’aquests plantejaments. Caldria tenir més cura dels pocs recursos que té la cultura.


Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
ainavegarofes