Critica

El Sant Jordi de la Banda

15-04-2019

Este domingo en L’Auditori, la Banda Municipal de Barcelona bajo la batuta de Marcel Ortega ha avanzado Sant Jordi una semana, se ha vestido de primavera y ha interpretado un repertorio aparentemente inconexo pero con un denominador común: el motivo del caballero legendario.

Siempre es un buen momento para analizar las relaciones entre la música y la literatura, pero ahora que se acercan tiempos de rosas y libros resulta prácticamente obligatorio. Precisamente este concierto de la Banda Municipal de Barcelona con Marcel Ortega como director invitado giraba en torno a un tema conectado de una manera muy estrecha con el 23 de abril: «De princesas y caballeros». Gran parte de la literatura occidental se estructura a partir de un protagonista con un objetivo a alcanzar. Para conseguirlo, sin embargo, debe superar unos obstáculos o se tiene que enfrentar con un antagonista: también la leyenda de Sant Jordi cumple con este patrón. Ortega precisamente comenzó el concierto apuntando a que, a pesar del repertorio escogido parecía no tener relación entre sí, estaba pensado desde una narratividad: era el viaje del héroe legendario entendido como un proceso de descubrimiento, de crecimiento personal y de superación lo que vehiculaba las cuatro obras. Así pues, con una explicación clara y calmada – como lo fue, de hecho, su dirección – puso en contexto a una audiencia atenta.

El recorrido comenzó en el castillo, en casa, podríamos decir en la zona de confort. Con unas resonancias románticas, la Banda hizo sonar la Huntingtower, P. 173 de Ottorino Respighi adaptada para Franco Cesarini. Podíamos imaginarnos una manada de caballos con el pedal galopante que mantenían diferentes secciones o las robustas paredes del castillo escocés de Huntingtower con las trompetas tocando melodías heroicas. Si bien había momentos musicalmente muy potentes, que tenían mucha fuerza y habrían podido ser mucho más enérgicas, los músicos – bajo una dirección racional, controlada – no acabaron de estar del todo conectados con esta obra: llevaron a cabo una interpretación que, a pesar de ser muy correcta, resultó un poco fría y distante, llegando a un final que no terminó de estallar del todo.

A continuación, nos aventuramos a nuevos paisajes sonoros con El viaje desconocido (The Unknown Journey) de Philip Sparke. Como explicó Ortega al inicio, Sparke tiene mucha obra para banda y normalmente apuesta por un estilo más bien melódico, fácil de escuchar y de interpretar, pero en este caso la obra se transfigura a partir de la propia construcción de la música. Siendo un homenaje a La Valse de Ravel, es una obra con unas sonoridades muy diferentes de la primera, con unos crescendos magnificentes (podríamos decir del tamaño de un dragón), con momentos más líricos que transmitían un cierto ambiente de magia y con importantes cambios de carácter, compás y ritmo, que fueron dirigidos de manera muy marcada y comprensible. Como bien dice el título, los músicos tuvieron que encaminarse hacia terrenos más pantanosos pero adentrarse en este viaje con una interpretación más entregada que en el caso de la primera obra – a destacar algún fragmento en unísono de diferentes secciones de importante dificultad. Una apuesta valiente con un resultado muy satisfactorio.

Como comentábamos al principio, no puede haber una historia legendaria completa si no hay el enfrentamiento de dos fuerzas opuestas. En el caso de este concierto, no estamos hablando del bien y el mal, sino de realidades culturales diversas. La compositora china Chen Yi, deportada a hacer trabajos forzados por sus inquietudes culturales, huyó más tarde en Estados Unidos. Su música se caracteriza por ser una mezcla de la tradición oriental y occidental y La rima del dragón (Dragon Rhyme) no es una acepción. Esta lucha de contrarios se hizo notoria igualmente en los dos movimientos de la obra – «Misteriosamente – armoniosamente» y «enérgicamente» – y también en la contraposición de unas sonoridades más aceptadas para el oído medio del público y de otros quizás no tan extendidas. En general, cabe destacar la dificultad de la obra y la buena ejecución del conjunto, y en particular, hay que decir que tanto el clarinete como el oboe solistas realizaron una interpretación muy sentida y implicada. Ortega había comentado al inicio que es enfrentándonos a lo diferente cuando sumamos y somos más fuertes y realmente fue así en este caso.

Y finalmente … Wagner! La obra de Joseph Bédier Tristán e Isolda con traducción de Carles Riba comienza diciendo «Senyors, ¿us plau de sentir un bell conte d’amor i de mort?»: Es precisamente el amor lo que justifica toda la historia, lo que mueve sus personajes – Ortega citó el final de la Divina Comedia de Dante «l'amor che move il sole e l'altre stelle» – pero esta unión, ay!, desemboca necesariamente en la fatalidad. Con una dirección más relajada, con unos tempos más elásticos y unas indicaciones más laxas, menos rígidas, Ortega condujo unos músicos que se notaban cómodos con el repertorio en cuestión. Este Preludio y Muerte de Amor, WWV90 de la ópera Tristán e Isolda con instrumentación de Lluís Oliva terminó con un final brillante (esta vez sí) que arrancó los aplausos del público.

Bien fuera por una cuestión de inadecuación, bien fuera por motivos de timming, no se interpretó lo que podría haber sido un bis, la banda sonora de la película de animación japonesa La Princesa Mononoke: seguramente todavía quedan muchas fronteras para ensanchar en el mundo de la música clásica. Así pues, si el título del programa se llamaba «De princesas y caballeros», i por supuesto pudimos escuchar los caballeros y todas sus aventuras pero las princesas, como tristemente suele pasar aún hoy, quedaron bastante más atrás.


Foto: Marcel Ortega, Banda Municipal de Barcelona

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