La sala grande del
Palau de la Música se llenó hasta la bandera para recibir el conocido pianista ruso
Grigory Sokolov, un personaje que arrastra un público fiel allá donde va y que tiene el éxito asegurado. Huelga decir que la técnica de Sokolov es casi inmejorable y que su larguísima carrera artística lo ha llevado a cultivar un estilo del todo propio. El programa que ofreció, protagonizado por Beethoven y Brahms, no destacaba por su originalidad, pero si por la técnica casi perfecta del intérprete archiconocido.
El recital comenzó con la sala medio iluminada y un escenario nublado por la oscuridad, creando de esta manera un ambiente íntimo y camerístico que rara vez suele conseguirse en el Palau; en medio de esta sala sombría sonaron las primeras notas de la
Sonata n.3 en Do mayor, op. 2 de Ludwig van Beethoven.
El inicio de la sonata de Beethoven fue especialmente contenido pero sin dejar de lado el carácter de la pieza. El tema del primer movimiento –
Allegro con brio – se fue desplegando de maneras muy interesantes; Sokolov fue jugando con la armonía, con el timbre y el sonido que iba extrayendo del instrumento y de esta manera nos ofreció una sonata especialmente armoniosa, con un ritmo estirado y largueros que se fue transformando a lo largo de la pieza hasta transformarla en algo casi jazzístico.
Las
Once bagatelas, op. 119 aportaron un tono juguetón a la velada, que hasta entonces había sido sumergida en una especie de suntuosidad clásica. Las bagatelas se fueron sucediendo rápidamente, sin prisa pero sin pausa, creando una auca sonora en la que los diferentes juegos musicales se fueron desplegando a oídos del público barcelonés.
La segunda parte del concierto, dedicada a Johannes Brahms, empezó con las
Seis piezas para piano, op. 118. Para aquellas personas que podríamos llamar
brahmianas, la jugosidad del recital llegaba entonces, con una interpretación otra vez muy sokoloviana de las piezas juguetonas y al mismo tiempo intimistas de Brahms. Los
intermezzi de Brahms se fueron desplegando y una vez empezó a sonar la
Romanze, la sala quedó sumergida en una nebulosa mística y ciertamente mágica que rápidamente quedó interrumpida por el último
intermezzo, que preparó el terreno para la última pieza del programa.