Critica

Gergiev, tsar del Mariïnski

18-03-2019

Un rutinario Gergiev al frente de una irregular Orquesta del Teatro Mariinski visitó el Palau de la Música para ofrecer un esperado concierto, en el que brillaron con luz propia el Orfeó Català y, muy especialmente, el pianista Daniil Trifonov.

Valery Gergiev es un genio que cumple con los estereotipos más negativos que acompañan esta etiqueta. Cuando él quiere, es capaz de ofrecer las interpretaciones más estimulantes. Otras veces, en cambio, se mueve peligrosamente entre la rutina y la improvisación. Esto lo saben muy bien en Londres y Munich, donde el público y la crítica han cuestionado duramente la profesionalidad del ruso y se quejan de la falta de preparación de sus conciertos. De hecho, cuando Gergiev dejó la titularidad de la London Symphony en manos de Simon Rattle la prensa hablaba de “alivio”, tanto por parte de los músicos como del público. La situación empeora aún más cuando el ruso está al frente de su orquesta (y en el caso de la Orquesta del Mariinski, el posesivo “su” es bien literal), ya que nadie le para los pies a la hora de programar agotadoras giras y conciertos maratonianos que pasan factura al rendimiento de los músicos ya la preparación de las obras. En Barcelona éramos ajenos a esta polémica ya que, a pesar de alguna sonada decepción -como el Tristan und Isolde de infausto recuerdo a Liceu-, las visitas de Gergiev nos habían proporcionado memorables experiencias musicales, especialmente con el repertorio ruso. Todo hacía pensar, pues, que con Scriabin y Prokofiev en el programa, en el Palau veríamos el mejor Gergiev. Pero la realidad fue otra: una dirección carente de interés con numerosos desajustes, acompañada por una orquesta en baja forma. Por suerte, un espléndido Orfeó Català y un colosal Trifonov tomaron el protagonismo y salvaron el concierto de forma brillante.
 
El concierto comenzó con el Bolero de Ravel, que sustituía los Nocturnos de Debussy originalmente previstos. Primera decepción, ya que la obra de Debussy es una maravilla demasiado poco programada. Como obra, el Bolero tiene poco interés si el director no es capaz de crear una tensión siempre en aumento, que te haga levantar de la silla al final, lo que Gergiev no consiguió. Podríamos dejarlo en una versión aburrida, de trámite, si no fuera por la falta de cohesión de las secciones y el mal papel de los solistas de la orquesta, empezando por un solo de flauta antimusical, con un fraseo sin sentido que copiaron la mayoría de instrumentistas, o el oboe, que tuvo dificultades para mantener una línea melódica sin cortes, por no hablar de los gazapos de las trompas. Destacaron el clarinete y el saxo, con intervenciones de verdadero nivel, y las trompetas, con una contundente entrada hacia el final que marcó el único momento verdaderamente interesante. La respuesta del público fue positiva, casi entusiasta, pero deberíamos preguntarnos todos: perdonaríamos estos errores y defectos si la orquesta fuera nuestra OBC?
 
El nivel mejoró en las siguientes obras, pero bajo la batuta temblorosa de Gergiev la orquesta sonaba, en general, fragmentada e imprecisa. Se adaptó mejor al romanticismo del Concierto para piano de Aleksandr Scriabin, en el que hubo momentos notables, como el diálogo del clarinete con el piano solista en el segundo movimiento. La presencia de Daniil Trifonov era uno de los grandes reclamos de los dos conciertos de la gira en Barcelona, ​​y él sí que no decepcionó en absoluto, con una interpretación que fue una fiesta de virtuosismo y musicalidad. Su actitud distante en salir al escenario se transformó luego se sentó ante el piano. Completamente concentrado en la música, mostró una energía y una expresividad que exteriorizaba incluso físicamente, con una gestualidad exagerada y en algunos momentos botando sobre la banqueta, todo ello sin perjudicar la calidad del sonido o del fraseo, siempre controlado gracias a una pulsación nítida que producía un sonido bien articulado y de gran proyección. Para él fue una de las más grandes ovaciones de la noche y, sin duda, la más merecida.
 
En la segunda parte, había la esperanza de que el patriotismo desbordante de la cantata Alexandr Nevski de Prokofiev despertara la inspiración de Gergiev. Aquí se notaron las horas de vuelo de la orquesta con el repertorio ruso y pudimos disfrutar de impactantes momentos, pero el director parecía que mantenía el piloto automático, como en la primera parte. El primer movimiento, “Rusia bajo el yugo mongol”, comenzó con unos graves profundos que hacían presagiar lo mejor, seguidos de un evocativo lamento bien resuelto por el oboe y el clarinete bajo, pero en la reanudación del tema inicial reaparecieron de nuevo las imprecisiones. El clima de desolación que consigue Prokófiev -haciendo que suene en los registros más extremos y dejando vacías las cuatro octavas centrales- quedó diluido por tempo demasiado ágil que imprimió el director. El mismo problema sufrió el segundo movimiento, la “Canción sobre Aleksandr Nevski”, carente de la atmósfera de expectación y misterio que texto y música piden. Los tres movimientos centrales fueron dirigidos con más acierto y fluidez. El más exitoso fue el sexto movimiento, “El campo de la Muerte”, en parte por la sonoridad sutil y atmosférica que creó la orquesta, pero sobre todo por la intervención de Julia Matochkina, una mezzosoprano con un timbre sorprendentemente profundo, casi de alto, que hizo una sobrecogedora interpretación de este emotivo movimiento. Cabe destacar su control de la tensión en las notas largas y repetidas que incluyen algunas frases, así como la forma con la que aprovechó la musicalidad del texto, pronunciando los sonidos, especialmente los fricativos, con gran intención. La exaltación del movimiento final se convirtió, en manos de Gergiev, más un asunto de decibelios que de texturas y contrastes. El Orfeó Català, en una nueva colaboración de lujo, fue el gran protagonista de esta segunda parte, con intervenciones seguras y un sonido sólido. Su interpretación podría haber sido memorable si Gergiev no hubiera abusado de los fortísimos y hubiera profundizado en los matices.
 
Hay que dejar claro que la inmensa mayoría de los asistentes salió encantada con el resultado del concierto, lo que no impide que fuera absolutamente insuficiente para unos músicos del prestigio de Gergiev y su orquesta. La razón del éxito -Trifonov aparte- deberíamos buscar más en la calidad de las obras y no en como fueron interpretadas. Y eso era en cierto modo previsible: quien hubiera hecho los deberes (reconozco que yo los hice tarde) sabría que esta visita formaba parte de una gira de nueve conciertos consecutivos por ocho ciudades españolas (Oviedo, Alicante, Valencia, Girona, Barcelona , Madrid, Zaragoza y Pamplona), que comenzó sólo dos días después de dos conciertos consecutivos en Londres dedicados a Tchaikovsky. En la gira española se interpretaron trece (13 !!) obras diferentes, algunas de tan monumentales como la 5ª de Mahler, la 8ª de Bruckner, o La Damnation de Faust de Berlioz, entre otros. Sólo un día descansaron, al día siguiente del concierto en el Palau, coincidiendo curiosamente con el partido Barça – Lyon de Champions (no sería la primera vez que Gergiev aprovecha su estancia en Barcelona para escaparse en el Camp Nou). Es cierto que la orquesta conoce bien todas estas obras, pero estos excesos, con el cansancio que conllevan los viajes y sin tiempo entre conciertos para ensayar más allá de la indispensable prueba acústica para familiarizarse con cada sala, son del todo incompatibles con el mínimo de calidad musical exigible. Y menos la calidad que se espera de un concierto con entradas a 175 € (82 € en Girona, sin Trifonov). Claro que pagar estos precios es un privilegio exclusivo de los catalanes: en Madrid las entradas no pasaban de los 148 €, en Zaragoza sólo llegaban a 80 € y en Oviedo 40 €, mientras que en el resto de ciudades (sin Trifonov) el límite oscilalava entre los 50 € y los 60 €. Pero ya sabemos que en las grandes ciudades todo más caro, consolamos pensando que en Londres las entradas debían pagarse a precio de oro … o no? Pues no: £ 45 por los asientos premium. Que cada uno saque sus conclusiones.
 
No todo fue negativo en la visita del Mariinski en el Palau. La colaboración con el Orfeó Català nos dejó una imagen deliciosamente irónica: Gergiev -próximo a Putin, de quien se ha pronunciado repetidamente a favor y con quien ha participado en actos oficiales- rodeado de lazos amarillos por la libertad de los presos políticos. Una imagen para reflexionar.

Fotos:  Valery Gergiev, Daniil Trifonov, Orfeó Català

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