Critica

La Música callada de Colom

07-02-2019

El pasado martes 29 de enero el pianista Josep Colom nos ofreció un concierto en la sala Oriol Martorell de L’Auditori de aquellos que perdurarán en la memoria de todos los que nos reunimos para escucharlo.

El concierto estaba integrado por una sola obra, dividida en los cuatro álbumes que conforman Música callada de Federic Mompou, una obra de gran magnitud y duración, compuesta a fuego lento y que fue tomando forma con el paso de los años. El mismo compositor la reconocía como la más propia de su estilo y fue titulada a partir de un verso del Cantico espiritual, de San Juan de la Cruz: “…la música callada, la soledad sonora…”.
 
Es una obra en la que la importancia radica en el aspecto sonoro, tímbrico y temporal. Una música creada a partir de luces y sombras, que enfatiza el silencio y las resonancias con reminiscencia a las campanas, presentándonos una reflexión sobre la sencillez y la belleza, y buscando en el oyente la audición interna y una emoción secreta. Una música que contiene influencias de Chopin y Paul Valérie; como también de la música francesa y del folklore musical catalán y español ofreciéndonos una proximidad en un mundo extraño o una lejanía de nuestra propia esencia, y que requiere un gran imaginario sonoro, tanto en su composición, como para ser interpretada.
 
Josep Colom ofreció una interpretación que fue exquisita. Antes de empezar, se dirigió al público pidiendo que no se aplaudiese entre los álbumes, sino que se conservara el silencio hasta la finalización total de la obra, que describió que gozaba de un carácter místico. A continuación empezó con el primer movimiento, Angelico, en el que consiguió desde la primera nota, a partir de un increíble control de las sonoridades del piano y de una articulación precisa pero sin un fuerte ataque, un timbre maravilloso y lejano del mundo terrenal, con el que consiguió llevarse a la audiencia a un nuevo espacio y tiempo fuera de la vida cotidiana.
 
La interpretación de la obra estaba basada en mostrar este control del teclado y la búsqueda del límite sonoro del instrumento, en la organización temporal tanto de los silencios como de las duraciones de los sonidos, y en la construcción de paisajes sonoros diversos para cada uno de los movimientos. Todo esto lo consiguió enfatizando la resonancia de las notas, con juegos de pedal que nos cambiaban de espacio arquitectónico, buscando los extremos dinámicos del piano y jugando con las densidades sonoras. Con estas herramientas otorgó a la música de Mompou del poder magnético que ofrecía el flujo sonoro que emanaba del piano, en un concierto en el que el intérprete fue creciendo en cada movimiento.

El último de los movimientos presentaba una solemnidad a partir de una melodía de armonías claras, que ofrecían una sensación de bienestar y paz. El público perduró en el mundo sonoro de la Música callada, más allá de que se desvaneciera la resonancia final de la última nota, dando tiempo al pianista a quitarse las gafas y cerrar la partitura con total tranquilidad mientras el público mantenía un silencio espectral, que poco a poco se fue convirtiendo con unos aplausos entusiásticos que mostraban asombro por parte del público de lo que acababan de vivir.

Finalmente, Colom se dirigió al público agradeciendo la compañía en el viaje sonoro que representaba el concierto y diciendo que lo único posible a tocar como bis después de esta música, era ella misma y cerrar el ciclo. Es decir, volver a interpretar el primer movimiento, de duración aproximada de dos minutos, en el que enfatizó la diferencia de la percepción de éste si emana del silencio como pie de la construcción de la obra o si procede todo el mundo sonoro que ya se había creado y se desvanece en el silencio.

Fotos: Josep Colom
 

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