Cámara

La reinvención obligada de la clásica

Reflexiones de una outsider

29-05-2020

La música es algo imprescindible para muchas de nosotras en medio de la nueva rutina doméstica, en la que nuestro ritmo de vida se ha ralentizado dramáticamente. Las listas de reproducción de esta primavera han ido bailando entre la antigua y la electrónica, el punk-rock y la ópera. Si bien es verdad que los géneros más populares han continuado creciendo y comunicándose con sus oyentes habituales, la clásica parece haber desaparecido momentáneamente, de una manera más o menos torpe. Sin embargo, no todo está perdido. Dentro del mundo de la clásica, generalmente a años luz de la contemporaneidad, una minoría se ha lanzado a la improvisación y a las nuevas tecnologías, aportando una brizna de luz dentro de una esfera —de otro modo— hermética y rancia.

Durante estos meses de confinamiento muchas de nosotras nos hemos sorprendido con el cambio de paradigma que nosotros mismos hemos aplicado a nuestras vidas. De repente, la ansiedad del día a día urbanita se ha difundido, el contacto virtual con las personas que queremos se ha distendido, y aunque la pantalla se haya convertido en una compañera de piso más, la desconexión con el mundo se ha apoderado de muchas de nosotros. Con todo ello, un sentimiento de culpa parece aparecer al mismo tiempo que lo hace la calma, siendo como somos personas que vivimos en un mundo profundamente sobreexcitado.

Las que nos dedicamos al mundo de la música, y sobre todo a la clásica, hemos visto como de repente ha desaparecido toda actividad relacionada con nuestro círculo de acción. No es ninguna sorpresa que la clásica esté totalmente desconectada de la contemporaneidad y su vertiente audiovisual. Y quien no lo vea claro puede echar un vistazo a las portadas de discos de varios sellos discográficos y compararlos con portadas de jazz, pop, rock o electrónica. Seguramente, quien quiera hacer el experimento verá que hay un cierto desfase entre unos y otros, y que éste se materializa en una sensación de caducidad, en imágenes visualmente obsoletas y anticuadas.

Es cierto que la mayoría de personas con suficiente poder adquisitivo como para asistir regularmente a los conciertos de clásica, sobre todo en los países del sur de Europa, es gente de edad avanzada; y que por tanto las estrategias visuales para captar este tipo de público no se caracterizan por su modernidad. Pero nos equivocaríamos si presupusiésemos que la gente joven no tiene ningún interés en adentrarse en la clásica. Y por lo tanto nos equivocaremos si continuamos perpetrando esta idea.

La situación actual, que nos ha obligado a replantear la forma en que vivimos, cómo nos relacionamos y cómo tratamos nuestro entorno, ha visibilizado aquellas cosas de otro modo invisibles; entre ellas, la torpeza que tiene el mundo de la clásica en adaptarse a los nuevos tiempos

La situación actual, que nos ha obligado a replantear la forma en que vivimos, cómo nos relacionamos y cómo tratamos nuestro entorno, ha visibilizado aquellas cosas de otro modo invisibles; entre ellas, la torpeza que tiene el mundo de la clásica en adaptarse a los nuevos tiempos. Es precisamente en momentos como el que vivimos que la clásica se excluye a sí misma, queda recluida dentro de su conservadurismo y se aleja de la modernidad y por tanto también de la juventud.

Hay algunos ejemplos fáciles que pueden ayudar a entender estas reflexiones, que para muchas seguramente son reprochables. Para empezar, si os movéis un poco veréis que el lenguaje periodístico y comunicativo que se utiliza a la hora de hablar de clásica, ya sea en forma de entrevistas, perfiles, críticas u otros es demasiado a menudo anticuado y rococó, a años luz de lo que incluso las empresas más rancias han adoptado. Ya es hora de que la forma en que tratamos y entendemos la clásica esté dentro de la misma frecuencia que la gente que la vive, la interpreta y la disfruta. Y aquí hay que entrar por fuerza las mujeres y por tanto el femenino, pero también las diversas realidades que nos rodean, y por lo tanto la inclusión lingüística en todo su esplendor.

Si seguimos con el hilo, rápidamente se hará patente la desconexión entre las redes sociales y la clásica. Es el caso del Instagram, una herramienta que a pesar de estar totalmente insertada en nuestra sociedad actual, sigue estando descuidada por la gran mayoría de entidades culturales relacionadas con la clásica. Por no hablar del Tik Tok. La mayoría de salas de conciertos hacen un uso totalmente anacrónico de las redes sociales más usadas en todo el mundo, y las generaciones de intérpretes que sobrepasan los 35 años de edad no parece que entiendan el funcionamiento.

En estos momentos de desconcierto parece que se abre una rendija en la que los márgenes de la sociedad podrían tener un acceso, quizá permanente, dentro de la clásica. Y para abrir camino, la minoría de la que algunas formamos parte debemos reclamar la clásica como nuestra, crear espacios de inclusión dentro de los que nos encontramos cómodos, reinventarnos para poder acercarse a ellos sin complejos.


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