Critica

La Ventafocs de Sarrià

03-04-2019

Los Amigos de la Ópera de Sarrià continúan su quinta temporada descubriéndonos encantadores títulos, olvidados por los grandes teatros operísticos. Esta vez fue el turno de la Cendrillon de Pauline Viardot, la pequeña de los García, una dinastía de extraordinarios cantantes que a principios del siglo XIX estableció las bases de lo que conocemos como bel canto. Viardot, así como su hermana (la igualmente talentosa María Malibrán), poseía una voz extraordinaria que la convirtió en musa de autores como Berlioz, Meyerbeer, Gounod, e incluso Brahms, de quien estrenó su Rapsodia para contralto Op .53 en 1870. la larga vida de Viardot (llegó más allá de las ochenta) le permitió expandir sus habilidades musicales en el campo de la enseñanza y también de la composición.

El artista presentó su adaptación sobre el famoso cuento de Perrault en 1904 (cuando ya contaba 83 años!), Siendo ella misma la autora del libro. La obra puede ser considerada como opereta, o mejor dicho, una obra de salón, ya que sólo tiene el acompañamiento de un piano y los aspectos escenográficos son mínimos. A pesar de tener algunas influencias de la conocida Cenerentola de Rossini, que tantas veces interpretó Viardot, ésta incide en los aspectos mágicos de la historia, con un lenguaje que lo acerca más a la Cendrillon de Massenet y al incipiente impresionismo musical que rodeaba el París de aquella época.
 
La versión que presentaron els Amics de l'Ópera de Sarrià del pasado fin de semana estuvo protagonizada por la mezzosoprano Helena Ressurreiçao, una voz de timbre agradable pero de escasa proyección, que a pesar de todo consiguió una muy buena caracterización de su sufrido personaje. Mucho nos sorprendió la soprano Anabel Real en su interpretación del Hada, un personaje que Viardot caracterizó con una fantasiosa y exigente coloratura que la cantante realizó de manera impecable.
 
El resto del reparto estuvo quizás a un nivel demasiado discreto en comparación con estas voces. El príncipe de Roberto Jachini no tuvo la seducción deseable, ni a nivel vocal ni escénico. La pareja de hermanastros se vio contrariada por determinadas estridencias en el canto de Desiree López y la escasa proyección de Mar Esteve. Tampoco el malvado padrastro (siguiendo el cambio que también encontramos en la ópera de Rossini), y aquí interpretado por Oriol Mallart, tuvo rotundidad vocal necesaria que requiere el personaje, tanto a nivel vocal como escénico.
 
Viviana Salisi, además de ser la directora musical de la obra, también fue la encargada de dar vida al atento acompañamiento pianístico de la velada, extenso y complejo, que se enriqueció con piezas de interesantes contemporáneas de Viardot, así como de su propio padre y, incluso, del mismo Rossini.
 
En cambio, la dirección escénica de Manuela Lorente, con una oscura escenografía de los alumnos de la ELISAVA y un estrafalario vestuario de Nuria Cardoner, fue más bien errática. El cuento original se transpuso a una especie de sastrería regentada por el barón de Puigcorber, el padrastro de Cendrillon, llena de bocetos y patrones, pero sin comprenderse en ningún momento el por qué de todo. Massa críptico también fue el significado de algunos personajes añadidos, como la misma Viardot (aquí la bailarina Tanit Graffelman) y gran parte de su linaje, con un sorprendente Raúl Giménez como patriarca García en una aplaudida irrupción que ayudó a dar una poco de chispa a una fiesta en palacio demasiado estática. La adaptación de los diálogos originales franceses se volvió una especie de torre de Babel, donde cada intérprete habló en la lengua donde se encontró más a gusto (catalán, castellano o italiano) en un sinfín de diversos y exóticos acentos, restando por tanto credibilidad al texto; incluso se llegó al paradoxisme de que algún personaje se expresó indistintamente en dos lenguas. No sabemos tampoco el por qué de esta extraña decisión.
 
La temporada en Sarrià continuará a mediados de mayo con la extraordinaria El matrimonio secreto de Cimarosa.

Fotos: Le Cendrillon
 

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