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Música renacentista para el reencuentro

El coro Francesc Valls interpreta De Victoria y Pärt en el Espurnes Barroques

15-09-2020

Recientemente os hablábamos del festival Espurnes Barroques y de su feliz reinvención después de haberse visto obligados a suspender la edición de primavera a raíz de la crisis sanitaria. Nos alegramos, pues, de poder reseñar el primer concierto, celebrado el pasado domingo 13 en la Seu de Manresa, por el enorme valor musical que tuvo pero también por la aportación de iniciativas como ésta para ir normalizando nuestra convulsa y menospreciada vida cultural. Como recordaba Josep Barcons, director artístico del festival, la prioridad de salvaguardar la salud no nos debe hacer olvidar que tenemos otras necesidades como personas y como miembros de una comunidad, y la música debe jugar un papel decisivo a la hora de reconfortarnos y consolarnos pero también de restablecer los lazos imprescindibles para continuar adelante como sociedad.

Cor Francesc Valls

La propuesta prometía, no en vano el coro Francesc Valls, titular de la catedral de Barcelona, es uno de los mejores del país y difícilmente se podrá encontrar un grupo más especializado en polifonía renacentista que el dirigido por Pere Lluís Biosca. El grueso del concierto fue ocupado por el Officium defunctorum, compuesto en 1603 por Tomás Luis de Victoria en ocasión de la muerte de la emperatriz María de Austria, y con el que se quiso recordar a los fallecidos por COVID y homenajear al personal sanitario. Por otro lado, el director del Francesc Valls mantiene un vínculo muy estrecho con la obra de Arvo Pärt y quiso enmarcar la misa de difuntos con una pieza impactante, el etéreo Da Pace Domine que el estonio compuso por encargo de Jordi Savall como tributo a las víctimas del atentado de Madrid de 2004. Así pues, se estableció un diálogo muy acertado entre la austeridad de la misa de difuntos -una referencia al estoicismo y la resignación con los que nos vemos obligados a vivir los efectos a todos los niveles de la pandemia- y la esperanza representada por la prodigiosa partitura de Pärt, de resonancias llenas de serenidad y propicias para la meditación. En cierta manera la elección del repertorio parecía representar un encuentro entre lo terrenal y lo divino, el dolor por la partida de los seres queridos y el consuelo de poder reencontrarnos en el más allá.

Como hemos comentado, el Francesc Valls es un coro experto en polifonía y no es muy nutrido. Así, sus miembros están acostumbrados a afrontar piezas complejas con multiplicidad de voces que a menudo deben defender con el apoyo de pocos compañeros por cuerda. Solamente con esta experiencia a sus espaldas se entiende que pudieran superar con solvencia el gran hándicap de los tiempos que corren: los cantantes se ven obligados a situarse a gran distancia los unos de los otros y actuar prácticamente de solistas. El empaste de las voces en estas circunstancias es complicadísimo y el coro tuvo que pagar un cierto peaje, especialmente en unas cuerdas graves con tendencia a calar en algunos pasajes. Sin embargo, cabe aplaudir la valentía y la confianza de Biosca en su equipo, a quien dejó prácticamente desnudo ante el público disponiéndolo a lado y lado de la nave central de uno en uno durante la complejísima interpretación de Pärt, una pieza que requiere un enfoque próximo a la filigrana para llegar a expresar la ligereza, las sutiles texturas sonoras y la espiritualidad de la partitura. Por otro lado, la acústica de la Seu perjudicó gravemente la aportación del archilaúd de Josep Maria Martí, bastante delicado pero prácticamente inaudible en buena parte del concierto.

En cuanto a la interpretación, se optó por una afinación baja que acentuó el tono solemne y ceremonioso de la misa de difuntos, lo que probablemente resulte el enfoque más correcto para esta ocasión pero que no permitió brillar como es debido a las excelentes sopranos del Francesc Valls. La dirección de Biosca fue matizada y delicada, con un sonido compacto, envolvente y, en definitiva, reconfortante como apuntaba Josep Barcons. Debemos destacar que el coro contaba con cuatro estudiantes del Conservatorio del Liceu, a quien seguro debió impactar encontrarse en medio de un grupo tan bien trabado como el Francesc Valls en unas circunstancias tan particulares.

Sería muy interesante escuchar este repertorio en una sala más favorable acústicamente hablando y con una disposición del coro que permitiese a sus miembros sentirse más acompañados. Es posible que se optara por una lectura de dinámicas más variadas y quizá más arriesgadas que remediase la ligera monotonía que sufrió el Réquiem de De Victoria. El Francesc Valls tiene claramente los recursos para hacerlo y quizá se decantaron por una visión más conservadora para adecuarla a las dimensiones de la Seu de Manresa y a la evidente emoción que reinaba en el ambiente por el hecho de poder reencontrarnos, algunos por primera vez después de momentos muy duros.

Este más que recomendable concierto se repetirá el sábado 19 en la iglesia del Pi de Barcelona, una ocasión perfecta para comprobar una vez más que la música puede ayudarnos y mucho en estos momentos de incertidumbre. Como reza el lema del festival, hay contactos que curan y el alma también necesita su medicina.


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