Música

Para Santa Cecilia, la banda sonora de Barcelona Clásica

Los colaboradores elaboran una playlist con una selección musical personal

22-11-2020

En Barcelona Clásica, como no podía ser de otra manera, no nos olvidamos de que hoy, 22 de noviembre, es Santa Cecilia, el día de la patrona de la música. La música, esta disciplina artística que nos inspira a llenar escritos en la revista, que nos conmueve, que nos hace felices: este año el equipo de Barcelona Clásica volvemos a compartir una playlist hecha con pequeños trocitos de nuestros corazones: ¿queréis saber cuáles son las melodías que más nos inspiran y por qué? ¡Descubre nuestras elecciones y propuestas a continuación!

Santa Cecília

Aina Vega recomienda… “Glitter and be gay” de Candide de Leonard Bernstein

El momento más esperado de Candide es, sin duda, el aria de Cunegunda «Glitter and be gay», que aparece al final del acto primero. Nacida en la mejor casa de Westfalia, debe cantar su deplorable desdicha que la ha llevado a arrastrarse por el barro («Here am I, Unhappy chance, / Forced to bend my soul / To a sordid role»), en un inicio precedido por la gran tensión creciente entre sensible y tónica por parte de la orquesta, en una página en do menor. El tono es pesado y victimista, pero vemos que esto sólo es una máscara, la manifestación de la frivolidad. El título del aria sintetiza muy bien el espíritu de la pieza y la circunstancia de Cunegunda: literalmente, «chispas y felicidad».

Bernstein despliega sabiamente un maravilloso eclecticismo musical que produce un verdadero chef d’oeuvre, una celebración de la inteligencia y la sensibilidad, con elementos de Mahler y Kurt Weill, de Gilbert y Sullivan y Schönberg, de las tradiciones populares del jazz, el tango y el cabaret.

[extracto de Melodies de l’ànima]

Berta Coll recomienda… Mélancolie de César Franck

El compositor belga César Franck tejió un buen puñado de melodías seductoras. La que más me gusta es, sin duda, Mélancolie, una pieza breve escrita para violín y piano. La descubrí hace varios años, en el Conservatorio, y todavía me ronda a menudo por la cabeza. Se trata de una melodía contundente y a la vez llena de dulzura; sencilla y al mismo tiempo llena de vigor.

Aunque Franck la compuso en su punto álgido de su actividad creativa —en la misma época que la célebre Sonata para violín (1886)—, Mélancolie es una pieza poco conocida, porque no salió a luz hasta 1911, veintiún años después de la muerte del compositor.

Esta pieza está basada en un ejercicio de solfeo, y precisamente por eso me hace pensar en la belleza del aprendizaje, en la ternura de aquellas notas que hacemos, con ilusión y paciencia, una vez tras otra. Además, se trata de una pieza agradablemente elegante. Capta con gracia la composición de la melancolía: una mezcla curiosa de brillo y oscuridad.

Pau Requena recomienda… Miroirs No. 3, Une barque sur l’ocean de Maurice Ravel

Esta pieza forma parte de la colección de piezas para piano escritas en 1905. Vemos como Ravel se asienta en el estilo impresionista que nos recuerda a escenas naturales y nos acerca a un mundo bucólico. Aunque Une barque sur l’ocean evoca una barca que navega sobre las olas del océano, la gran multitud de arpegios y las melodías que imitan el fluido de las corrientes oceánicas pueden recordar al movimiento del agua dulce de la lluvia. Los arpegios nos hacen pensar en las grandes cortinas de agua que riegan bosques y campos y en los arroyos que se llenan de agua cristalina. Esta serie se llama Miroirs a partir de una cita del Julio César de Shakespeare que dice: “La vista no se conoce ella misma antes de haber viajado y haber encontrado un espejo donde se puede reconocer”. El objetivo, por tanto, era mostrar imágenes visuales y atmósferas de cinco personajes diferentes. La escogida para la ocasión, está dedicada al pintor Paul Sordas.

La pieza me recuerda la película Call me by your name, de la que fue banda sonora. Una perla cinematográfica, más bien propia del cine independiente, en un mar de blockbusters sin sustancia del mercado de Hollywood.

Loles Raventós recomienda… Nocturno Op. 6 Núm. 2 de Clara Schumann

Cuando empecé a estudiar Humanidades y Musicología hace tres años, caí repentinamente en una crisis existencial ante mi carencia de referentes femeninos en las disciplinas artísticas que estudiaba —y amaba. Darme cuenta de que nunca me habían hablado de filósofas, pintoras, compositoras, etc. ni en el instituto ni el conservatorio salvo de “las mujeres/hermanas de…” provocó en mí una necesidad primordial de sacar todas aquellas artistas del cajón del olvido, y encontrar así una figura de referente en quien apoyarme.

Clara Schumann es, sin duda, una de las compositoras más famosas de las muchísimas que la historia nos ha legado. La obra que recomiendo hoy, el Nocturno, pertenece al conjunto de Soirées musicales Op. 6 que compuso cuando era una adolescente y ya brillaba como pianista por toda Europa. La pieza me remite con dolor a la falta de tiempo —engullido por las tareas domésticas—, la falta de apoyo —por ser una mujer— y la falta de autoestima —debido a los obstáculos que se le presentaban en el mundo profesional— que Clara Schumann tuvo que experimentar durante su carrera compositiva: el tono delicado, pero a la vez contundente, me transmite también la fuerza y ​​determinación que, al igual que ella, muchas otras compositoras mostraron y han estado mostrando hasta nuestros días con el fin de seguir el camino profesional de las artes. Con la caída de las hojas de los árboles y los colores del otoño tiñendo los paisajes, la elegancia y melancolía que impregna cada una de las notas de la obra parece adherirse con toda la naturalidad del mundo a la transición de esta época del año hacia un invierno frío y insólitamente incierto. ¿Hay mejor momento que este para buscar refugio en la música? El Nocturno de Schumann es lo que, en estos días, más me reconforta.

Meritxell Tena recomienda… Don Giovanni, a cenar teco de Mozart

No tengo formación musical y quizá por eso siempre me ha chirriado mucho la frase “Yo es que no entiendo de ópera”. Quizás porque rehuyo el aura elitista que desde hace un par de siglos se asocia a la ópera, nunca me ha avergonzado reconocer que mi coup de foudre operístico me lo proporcionó Amadeus, la película de Milos Forman tan aplaudida por ser una obra maestra del cine como menospreciada para fomentar la leyenda negra alrededor de Salieri y retratar el genio de Salzburgo como un irritante e inmaduro hombrecito poco digno de su inconmensurable talento. Aquella maravilla de música me enganchó poco a poco, sobre todo la escena final de Don Giovanni, el terceto entre el fantasma del Commendatore, el criado Leporello y un Giovanni al que finalmente ha llegado la hora.

He pensado mucho en qué había en esta música para que una niña de 10 años no pudiera dejar de escucharla. Quizás el ambiente tenebroso que Mozart consigue con los violines, quizás el dramatismo de los gritos desesperados del Don, quién sabe si el miedo de entrever las furias del infierno… Todo ello me parecía extraordinario.

Hace 36 años de aquella revelación y he tenido tiempo de leer, aprender e intelectualizar mi aproximación. Ahora se puede decir que “entiendo de ópera” e incluso me dedico a la divulgación para que la gente se acerque a una forma de arte que a mí sólo me ha dado felicidad. Y, sin embargo, nada ha cambiado: todavía vive en mí aquella niña que no sabía nada de música y a la que un compositor muerto hacía dos siglos habló al oído y le cambió la vida.

Mar Medinyà recomienda… The homeless wanderer de Emahoy Tsegué-Maryam Guébrou

Algunas de vosotras quizás os sorprendáis cuando os dispongáis a escuchar las primeras notas de esta maravilla. Sobre todo teniendo en cuenta que para nuestros oídos europeos y occidentales, la sonoridad de esta compositora etíope puede quedar muy lejos de lo que entendemos como clásica.

Y es que demasiado a menudo lo que entendemos como clásica está marcado profundamente por el canon musical germano, un canon personificado por hombres difuntos. Y por lo tanto, mujeres como Emahoy Tsegué-Maryam Guébrou, una compositora nacida en Etiopía, educada en Suiza, prisionera de guerra en Italia y que finalmente entró en un monasterio ortodoxo en Jerusalén para componer, orar y crear, parece quedar fuera etiqueta por razones obvias.

En cualquier caso, ¿quién mejor que una creadora mística, devota a su música y a sus creencias, para alabar la figura de la patrona de la música?

Os animo a regalaros la audición de esta compositora y las pocas grabaciones que tenemos de ella, y sobre todo a investigar su figura. Es gracias a personas como ella que toda la música toma sentido y sale de las vitrinas que la constriñen.


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