Critica

Tiene futuro, la clásica? Primera parte

10-03-2020

Hace unos días se publicaba un artículo en The Daffodil Perspective, un programa radiofónico estadounidense que tiene un blog lleno de reflexiones suculentas alrededor de la clásica canónica y los márgenes de esta. Las preocupaciones que emanan del artículo, compartidas por tanta gente joven y no tan joven, me han empujado irremediablemente a poner mis pensamientos por escrito y abrir la caja de pandora.
Tiene futuro, la clásica? Esta pregunta tiene fácil respuesta: sí. Y no. Si, porque nuestra cultura musical, occidental, europea y elitista gira alrededor de la clásica tal como la conocemos. Y no, porque la clásica no tiene ningún sentido tal como la conocemos. Entiendo la radicalidad de esta última afirmación, y me reafirmo: no tiene ningún sentido porque su razón de ser radica en la caducidad de la misma. La normalidad que se aplica al hecho de programar en un 95% obras y música escrita por personas muertas, al menos, hace décadas, es muy peligrosa. Puede no parecerlo por el solo hecho de ser la práctica habitual desde hace un par de centurias, pero en el mundo posmoderno y contemporáneo en el que vivimos, un mundo en el que nos movemos a través de imágenes constantemente cambiantes y en una sociedad hiperactiva audiovisualmente hablando, en la que la información (real o no), se desborda a través de los teléfonos y las plataformas interactivas, es de una caducidad que asusta.

Como es posible que, a pesar premisa que la clásica sea un 95% postmortem, siga estando viva? Quizá porque desde el amanecer del romanticismo, la cultura musical occidental se ha basado en la recuperación e interpretación ad infinitum de la música escrita por personas del pasado, por personas muertas a esta parte. O quizá porque la Academia per se empeña en continuar perpetuando esta manera de entender la música “clásica”, olvidando la autoría contemporánea y recluido a los márgenes? O quizá porque las programaciones se olvidan de su papel formador y conformador de cultura? En cualquier caso, la situación es insostenible.

Y ahora, porque insostenible? Pues porque no es posible aguantar el peso de la canonicitat musical de Occidente en un mundo en el que las mujeres reinvindiquem nuestro lugar dentro de la cultura, en un mundo en el que el colonialismo y la racialización no tienen cabida, en un mundo donde el acceso a la cultura es (o debería ser) cada vez más amplio. Es evidente que, al menos en nuestro territorio, hay un número creciente de personas con acceso a la música (clásica), que se acercan como hacemos algunas de nosotros ahora, con un punto de vista transversal y rico, que comprende desde la ópera hasta el punk, pasando por la electrónica, el jazz y la música antigua. El elitismo al que pertenece la clásica acabará rompiéndose, desde dentro o desde fuera, o la acabará extinguiéndose tal como la conocemos.

Volviendo al tema que nos ocupa. Tiene futuro, la clásica, tal como la entendemos? Si hacemos unos cuantos pasos atrás en la historia, será fácil ver que el enorme número de personas que se han dedicado a la composición a lo largo de los últimos 150 años (y creo que soy demasiado generosa), han pasado completamente desapercibidas. Como es posible que ninguna de ellas haya pasado a los anales de la historia? Pues porque ni escuelas, ni salas de conciertos, ni intérpretes han dedicado a darles un espacio donde hacer sonar su obra. Y como es que se ofrecen estudios de composición, si el oficio no tiene ningún sentido en el mundo real de la clásica? Aquí es donde radica el quid de la cuestión. Como sociedad occidental y europea, eliminar tal figura de la Academia es algo impensable. Olvidarnos de la aureola mágica que se aplica a tales figuras, la genialidad que se imagina de tales personajes, como vivir sin todo este mundo mágico? Qué injusticia, sin embargo, formar tales figuras para luego olvidarlas vilmente en los círculos donde realmente se conforma el arte.

Y quién podría revertir la situación? ¿Cuáles son los agentes responsables de tal falta? Pues las salas de conciertos que olvidan su deber como agentes culturales y sobre todo las personas que diseñan las “programaciones artísticas” y olvidan su misión más vital, dedicando sus esfuerzos a la repetición fatigante del repertorio canónico, obviando de esta manera la inclusión de la contemporaneidad y aportando, de esta manera, lo más mínimo a la creación cultural.
Personalmente pienso que deberíamos dar un paso atrás y pensar en lo que aporta, a la órbita cultural, el hecho de programar lo mismo que hace 100 años, de repetir incansablemente el de siempre. ¿Qué sentido tiene, continuar comparando versiones del mismo? No sería más rico para todas nosotros, público fiel, si nuestros oídos disfrutaran de lo que ha sido creado por personas que viven en nuestro mismo espacio-tiempo? No ganaría, nuestro discurso intelectual, si lo que se nos presentara fuera algo más cercano a nosotros?

Fotos: Elizabeth Maconchy.


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