Critica

'Vértigo' con la OCM

09-12-2018

El 16 de diciembre, Aribau Multicines celebrará el 60 aniversario de Vértigo, el clásico de Alfred Hictchcock, con la proyección del film y la interpretación en directo de la banda sonora de Bernard Herrmann, a cargo de la prestigiosa Orquestra Simfònica Camera Musicae, dirigida por Anthony Gabriele, un especialista en música de cine. La sublime, romántica y misteriosa música de la película está considerada como una de las mejores composiciones musicales para el cine y se podrá escuchar y disfrutar en directo, con todo su esplendor sinfónico.
 


Aunque su nombre de ecos centroeuropeos, el compositor Bernard Herrmann nació en Nueva York en 1911. Su padre, un judío neoyorquino de raíces rusas, lo introdujo en la actividad musical desde muy joven, cuando lo llevaba a la ópera y le animó a estudiar violín y cursar estudios de música en la Universidad de Nueva York. A partir de 1934 ingresó en la CBS y trabajó en programas radiofónicos que le dieron una gran notoriedad como divulgador de la música culta y de las últimas tendencias musicales. Con el tiempo construiría un repertorio musical completo, especialmente en Hollywood, que abarcaría desde una orquesta exclusivamente de cuerdas, como Psicosis, hasta la composición de una ópera para Citizen Kane o al menos del aria de una ficticia Salambó, interpretada por una mediocre y deprimida Susan Alexander (Dorothy Comingore) y que ha pasado a formar parte del gran repertorio, por la belleza del fragmento, la alta exigencia de su línea vocal y la fuerza de la orquestación.
 
La iniciación de Herrmann en el mundo del cine llegaría de la mano de Orson Welles, con quien había colaborado como director musical de la mítica emisión de The War of the Worlds de H.G. Wells, que provocó la alarma social y el caos la noche el 30 de octubre de 1938. En 1940 estrenaría su primera partitura cinematográfica con Citizen Kane, que durante décadas fue considerada la mejor película de la historia el cine. Si tenemos en cuenta que actualmente esta consideración es para Vertigo de Hitchcock, la consecuencia lógica -y probablemente espúria- podría ser que Herrmann es el mejor compositor de bandas sonoras de la historia.
 
La colaboración entre Herrmann y Hitchcok se inició en 1955, con El hombre equivocado (The Wrong Man), un film carente de la tensión que habitualmente es marca de la casa, protagonizado por Henry Fonda y que arranca con la fuerza de la sólida partitura musical. Durante los cinco años siguientes el compositor trabajaría en exclusiva para el director inglés y después de otra película poco exitosas como The Trouble with Harry (1956) llegaría Vértigo (1958), la obra maestra basada en un texto de Boileau y Narcejac donde el músico se expresaría en clave de un romanticismo musical empapado de Wagner, con cosecha propia como el ostinato que atraviesa y tensiona el film. Después vendría Intriga internacional (North by northwest, 1959) con unas notas melódicas que siguen el juego caprichoso de la cámara y Psicosis (Psicho, 1960), otra obra maestra, tanto a nivel visual como sonoro, con una orquesta de cuerda que produce una música tensa, fría y salvaje, con evocaciones de la locura de Norman Bates (Anthony Perkins) y con algunos toques de ternura. La secuencia de la ducha, con el asesinato de Marion (Janet Leigh), probablemente la más famosa de la historia del cine, consigue en un minuto de una intensidad insoportable la plasmación musical del pánico de la víctima con el mundo sonoro cerrado y limitado a las texturas de las cuerdas.
 
Después habría la extraña banda sonora de Los pájaros (The Birds, 1963), con una música que muestra el enervante sonido de las alas de los pájaros, los silvidos, los graznidos y los siniestros disturbios de las aves, en una ambiciosa ampliación de los sonidos orquestales hacia límites extramusicales. El último trabajo de Herrmann para Hitchcock fue a Marnie (1965), con una línea melódica que arranca entre wagneriana y expresionista y se transforma en un romanticismo patológico, en una alusión a los problemas de cleptomanía de la protagonista (Tippi Hedren) .
 
Una serie de malentendidos entre el músico, el director y los ejecutivos de la industria terminaron con una fértil colaboración de nueve años. Los estudios Universal objetaron que el compositor había pasado de moda, cuando todavía tenía que trabajar con los directores más rompedores, como el discípulo más brillante de Hitchcock, François Truffaut (La Mariée etait en noir, 1968) o un joven Martin Scorsese (Taxi Driver, 1976), para quien compondría, dirigiría y grabaría la que debía ser su última banda sonora, con el protagonismo de un saxo tenor que ilustra el vagar nihilista de un veterano de guerra por las calles de Nueva York, con sus obsesiones y su soledad, con “esa música que parece subir de la alcantarillas, surgió entre los callejones sin salida, emerger de los edificios ominosos (…) que no viene de ninguna parte, viene de toda partes, es la música ubicua, la música total, la música del cine -en que las imágenes son otra forma de música pero donde la música es la forma final de las imágenes”, escribiría en 1997 Cabrera Infante, en su declaración de amor incondicional al cine a que es Cine o sardina.
 
Pocas horas después de grabar la música de Taxi Driver, la noche del 24 de diciembre de 1975 moría el compositor en un hotel de Los Ángeles. Aunque en agosto de 1976 se estrenaría un film de Brian de Palma con la banda sonora que había escrito Herrmann, Obsession, una historia de ecos necrofílica inspirada manifiestamente en Vertigo. Más allá de su enorme talento creador, fue un artista con el talento añadido de sobrevivir a su propia época y los cambios de estilo más diversos.
  
Pero volvamos a Vértigo. En un breve y penetrante ensayo de 1982, Lo bello y lo siniestro, Eugenio Trías aplica estas categorías estéticas al estudio del film y califica así, de bellísima y siniestra, la banda musical de Herrmann. Porque, con su despliegue de una diversidad de temas, como “vértigo”, “resurrección”, “persecución”, “Madeleine”, “evocación y nostalgia de Madeleine”, “cementerio”, “viejo monasterio” o “habanera” , estos motivos se entrelazan con temas cromáticos, con el juego estructural de los colores verde y rojo y el resto de colores, con los temas iconológicos como el ramo de flores de Carlota, el collar, el sombrero y el bastón de James Stewart (Scottie), la torre del monasterio o la escalera de caracol replicada en los peinados de Carlota y de Madeleine. Es un fascinante juego de asociaciones y disociaciones, de evocaciones y conexiones, que hace que “en cada uno de estos registros efectuarse un inventario temático y puedo ejemplificarse frases, asociación, evocaciones, enlaces significativos”, por lo que “el interesante es que la película sintetiza todos estos registros en una unidad orgánica que hace de ella una auténtica “obra de arte total”.
 
La alusión al concepto wagneriano de Gesamtkuntswerk era inevitable. Vértigo es una manifiesta demostración de que el cine aspira a asumir el reto de reencarnar la obra de arte total que puede ser la ópera, que son el Tristán e Isolda o el Parsifal. Y precisamente estas dos monumentos wagnerianos se mueven fantasmagóricamente -como Carlota, como Madeleine- en los contornos de la música de Herrmann, entre el ser y el no ser, desde la primera secuencia del filme, un minuto y medio eterno, un prodigio de arte, de narratividad, de inteligencia. Después de unos títulos de crédito memorables de Saul Bass, con su diseño hipnótico de espirales que giran en el espacio, que emergen desde el iris del ojo de Kim Novak y anuncian la sensación de vértigo de James Stewart, la música también avanza en espiral hasta un cambio dramático que arranca con un poderoso acuerdo, un tutti orquestal que suena como el vuelo de un inmenso enjambre de abejas en la oscuridad, mientras aparece la imagen de una barra metálica con dos manos que se cogen. Inmediatamente, un rostro y un cuerpo que emergen escala arriba en medio de la noche. El fugitivo atraviesa nuestro campo de visión y aparecen un policía uniformado y el detective Scottie que le persiguen por las azoteas y los tejados. La música se ha acelerado mientras suena un disparo y luego otro. Al fondo, la bahía de San Francisco y las luces de los anuncios y los neones. El ladrón salta de la azotea en un tejado de pendiente muy pronunciada. Le sigue el policía, pero Scottie no podrá. Ha saltado y ha quedado suspendido de la canal, que comienza a doblarse por su peso. La música estalla en una tensión de agudos estridentes. El abismo bajo los pies de James Stewart y el policía que le llama “Give me your hand”, pero el pánico lo ha paralizado y el policía debe alargar más la mano, tanto, que pierde el equilibrio y se precipita al vacío, hasta la calle. Los agudos se desploman hacia los graves, por la fuerza de la gravedad, por la gravedad de la caída fatal, definitiva. El vértigo marcará toda la historia.
 
Tras el laconismo inicial llegan los diálogos y las divagaciones, para volver de nuevo a los personajes silentes, a media hora de figuras sin palabras, con el viaje sonámbulo de Kim Novak por San Francisco, con imágenes bellísimas rodeadas de una luz brumosa, con Scottie al volante, con Madeleine que compra flores, que camina por una capilla y un cementerio, que mira el retrato de Carlota Valdés y con Scottie de nuevo en el coche: cine mudo con sólo la maravillosa partitura de Herrmann como recurso narrativo. Es el cine en estado puro: imágenes y sonidos autosuficientes, que se explican sin la necesidad del discurso. El depurado trabajo artístico del compositor propició que Hitchcock se permitiera esta larga licencia poética, este retornar a la esencia de las primeras películas, sin palabras, en el silencio de las personas que sólo se rompe después de un momento mágico, con el erotismo refinado de la espalda desnuda de Kim Novak en la cama de Scottie. Todo se resolverá en un final trágico, cuando ya se ha producido la transfiguración de la vulgaridad de Judy en la presencia aristocrática de Madeleine, que podrá volver de entre los muertos en la habitación del hotel Empire, pero sólo para devolver -hay definitivamente más tarde, desde el campanario de la misión de San Juan Bautista.
 
La sublime, romántica y misteriosa partitura de Vertigo es el punto culminante del viaje musical que Herrmann hace entre la década de los 30 y la de los 70, con su renovación armónica y rítmica, con sus figuras breves, repetidas obsesivamente para crear atmósferas oníricas, para abordar regiones inconscientes y convocar atmósferas y temores. La música interpreta su propio papel y, si a veces se hace cargo de la acción, siempre es un recurso imprescindible para desplegar la revisión de los mitos que propone Hitchcock, que es la razón última para explicar la mirada fascinada de tres o cuatro generaciones de espectadores: porque, de manera consciente o inconsciente, experimentan la presencia de Eros y Thanatos, de Tristán e Isolda, de Orfeo y Eurídice, de Pigmalión y Galatea.
 
Como dice Alex Ross, el autor de The rest is noise, Herrmann no inventó la tonalidad fuera de centro y a menudo utiliza recursos ajenos, como el Liebestod del Tristán -cuando Scottie declara su amor a Madeleine- o como las alusiones a César Frank, Rimsky-Korsakov o Debussy, pero su magia hace que la película de Hitchcock no pueda sobrevivir al margen de la música de Herrmann y en cambio la partitura haya encontrado vida propia fuera de la película y se pueda escuchar como una sucesión de momentos con una coherencia narrativa, porque como dice Ross, “Vertigo es una sinfonía para cine y orquesta”, con una música que “induce literalmente al vértigo (…) una partitura que no es una ilustración de la película, sino una metáfora”.
 
La solidez de la Orquestra Simfònica Camera Musicae, con la sesenta músicos que la forman, promete una interpretación brillante que ratificará el gran recibimiento que ha tenido por parte del público desde 2006, el año de su fundación, por su ingente labor divulgativa del gran repertorio sinfónico entre sectores muy diversos, especialmente entre el público melómano y el joven de España, Alemania, Suiza y Chequia. En cuanto al director, Anthony Gabriele, tiene una sólida reputación internacional por su conocimiento del repertorio clásico, especialmente del operístico, que incluye La traviata, Don Giovanni, Madama Butterfly, Il barbiere di Siviglia, La bohème, La flauta mágica o La Cenerentola, entre otros. Como director musical, ha dirigido South Pacífic, Blood Brothers, El Fantasma de la Ópera de Ken Hill, Chess, CATS, Grease, Bye Bye Birdie, The Wizard of Oz o The Lion King en el West End de Londres, Sydney, Melbourne y Shanghai. La OCM ofrecerá Vértigo en Barcelona el día 16 de diciembre en el Aribau Multicines en dos sesiones, a las 17:30 y a las 21:30.
 

Fotos:  Vertigo, Anthony Gabriele


 
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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
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