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Mediterráneo Clásico III: Los Balcanes

Donde los orígenes de la música se entrelazan con la tradición y la modernidad

14-06-2020

Con el objetivo de establecer puentes entre culturas, continuamos con nuestro recorrido por el Mediterráneo y sus tesoros musicales. El Magreb y el Mashreq nos mostraron que la tan nuestra y tan preciada música clásica de Bach, Mozart y Beethoven se extiende mucho más allá de las fronteras del viejo continente, entrelazándose con las clásicas de otras regiones, países y tradiciones también cultos, una prueba de que la música clásica no es, al final, tan exclusivamente europea como pensábamos. Pero qué sucede cuando damos la vuelta a la cuestión y nos ajustamos las lentes para mirar exclusivamente en Europa? Nos vienen a la mente la Italia del Renacimiento, la Francia y la Inglaterra del Barroco, la Austria del Clasicismo y la Alemania del Romanticismo, pero una vez agotado el repertorio, todo se difumina en unos límites borrosos los que no osamos traspasar, más allá de los compositores de los nacionalismos románticos que tanto nos tocan el corazón. Y es que los propios orígenes de la clásica no se encuentran en la Italia de Monteverdi, sino en las civilizaciones de la Antigüedad, entre las cuales, Grecia.

El Cílix de Apolo con la lira de caparazón de tortuga (Chely), en una taza de bebida del siglo V a.C

El mismo concepto de música proviene de la palabra mousiké griega, que en la Grecia Clásica reunía bajo su significado tanto la música como la poesía y la danza. Esta recibía un papel tan importante en la sociedad griega que ya se consideraba entre los conocimientos primordiales que se enseñaban en las escuelas y, muy a menudo, se concebía ligada a las divinidades, tal y como sucedía en otras civilizaciones como Mesopotamia o Egipto. En referencia, concretamente, a la música, los filósofos dedicaron especial atención a su estudio y a las concepciones que más tarde asentarían las bases del desarrollo musical posterior a la Europa occidental. Sin embargo, las opiniones de estos filósofos fueron muy diversas: los Pitagóricos se centraron en lo abstracto y teórico de la música, al tiempo que Platón condenó su uso por placer, mientras Aristóteles, por su parte, no sentenció el aspecto sensual pero sí despreció rotundamente el trabajo de instrumentista. De aquí se entiende que los griegos clásicos se decantaran por la música acompañada de un texto poético cantado, que incitaba a la reflexión, por encima de la música puramente instrumental que, a pesar de ser agradable, era considerada irracional.

La Roma Clásica fue la encargada de heredar y transmitir la cultura griega en Occidente, que también se llevó el foco de atención de una región que quedó oscurecida en la penumbra de las guerras que siguieron al esplendor de Alexandre Magno. Sin embargo, la luz de las melodías de Constantinopla, capital del imperio romano de Oriente, volvió a hacer brillar el mar Egeo. La música bizantina (griego: Βυζαντινή Μουσική) es a menudo vinculada con el canto sagrado medieval de las iglesias cristianas, especialmente la griega ortodoxa. Su sistema modal, basado en los antiguos modos griegos, vertebra el desarrollo de las formas himnogràfiques del kontakion, un largo y elaborado sermón métrico que recoge la obra cumbre que se ha podido conservar de la época, el Irmologion (en griego: τὸ εἱρμολόγιον). En ella, los heirmos en estilo silábico se reúnen bajo un voluminoso libro que comprende los rituales litúrgicos del imperio en un conjunto de más de mil troparion – himnos litúrgicos cortos, encabezados por las melodías de los heirmos y que se constituyen en odas o cánones. Eran dispuestos en un octoecho (el sistema musical de ocho modos) y todo el sistema de música de la región, que presenta una estrecha relación con la música de la Antigua Grecia.

Fragmento del Irmologion, con la antigua notación Asmatikon y su transcripción en notación redonda bizantina.

Aunque su orígen se remonta a las primeras comunidades cristianas del desierto del Sinaí, la música bizantina utiliza toda una paleta de melodías para dar color a los textos bíblicos y himnogràfics del cristianismo, que se conservaron cuidadosamente dentro de los monasterios hasta nuestros días. Muy a menudo es emparentada con el canto gregoriano por ser una melodía vocal sin acompañamiento instrumental. Sin embargo, ambos cantos difieren en el lenguaje y el ison, o nota pedal, base vocal estable y grave sobre la que se desarrolla la melodía, una serie de notas que se mantendrían intactos hasta los ritos actuales.

Lejos de los preceptos del Islam actual, los turcomanos – pueblo proveniente de Asia central y que actualmente se extiende desde las minorías étnicas de Grecia en China, pasando por las poblaciones mayoritariamente turcas de Turquía y Chipre, además de las repúblicas centroasiáticas – adoptaron el sunnismo de los árabes levantinos que se habían establecido en Palestina y las tierras de la actual Siria y Jordania. Una vez Constantinopla pasó a ser llamada Estambul y su población cristiana dejó paso a la mayoría musulmana, los otomanos expandieron su dominio bajo la soberanía del Sultán Mehmet II en un imperio que, en el momento de su máximo esplendor en los siglos XVI y XVII , acabaría por unir los tres continentes en un estado multiétnico y multiconfesional, gobernado por la dinastía de Osman.

Retrato del Sultán Mehmet II (el Conquistador), 1480 obra de Gentile Bellini

Controlando una vasta parte del sureste europeo, Oriente Próximo y el norte de África, los ritmos de los tambores del ejército turco llegaron a las puertas de Viena en 1529. A pesar de que Solimán el Magnífico tuvo que retirarse a las puertas de Estambul con la llegada del invierno, el murmullo de la Mehta – la banda jenízara del Sultán – mantendría Viena con el alma en vilo durant mucho tiempo. Aúnque el término, técnicamente, hace referencia solo a uno de los músicos de una de las primeras bandas militares de la historia moderna, la Mehta es conocida en Turquía con el nombre de mehterhane, o conjunto de Mehta. Hoy todavía es posible escuchar las enérgicas y ornamentadas melodías acompañadas de los címbalos en las visitas del Museo Militar de Estambul (si bien, más a efectos turísticos, que puramente culturales).

Se dice que la influencia de este “contingente músico-militar” inspiró a los propios Mozart y Beethoven. Como no tenerlos en consideración, siendo, esta afirmación, probadamente cierta? Los sucesivos intentos de tomar Viena que siguieron el asedio de 1529 dejaron al descubierto la curiosidad occidental por los colores de los trajes turcos, las costumbres, las comidas.… y la música. Muchos compositores se volcaron en satisfacer esta fascinación con la composición de piezas “turcas”, de entre ellas Gluck (La Rencontre imprevue), Joseph Haydn (Sinfonía “Militar”, El incontro improvviso), Franz Christoph Neubauer (Sinfonie a gran Orchester, La Bataille de Martinestie, oder Coburts Sieg uber die Turk), Joseph Starz (Le gelosie del Seraglio) o Weber (Abu Hassan). A la historia pasaron, además, Mozart y Beethoven, con dos de las grandes y más conocidas obras que la música clásica nos ha dejado; el tercer movimiento, Rondo Alla Turca de la Sonata para piano núm. 11 de Mozart – aunque no es la única que el genio de Salzburgo dedicó a imitar este tipo de estilo, también presente en los motivos de su Die Entführung aus dem Serail – y la Marcha turca de Beethoven, que el compositor incluyó más tarde en su obra Die Ruinen von Athen – Las ruinas de Atenas.

Álbum de la Fuerza Armada de Mehteran: “Mehta World oldest Military Band”

Se mire por donde se mire, las notas de estas bandas y sus instrumentos dejaron huella en las estrechas y precipitadas valles balcánicas. Y es que el elevado porcentaje de población gitana, zíngara y eslava dedicada a la música en los países de la antigua Yugoslavia va ligada, además de a la influencia del norte austrohúngaro, a la presencia fundamentalmente otomana, que hace que los Balcanes sean una de las regiones del mundo más “ricas”, musicalmente hablando.

Aun así, la música artística de los Balcanes no es muy conocida. De los compositores clásicos, sólo George Enescu y Nikos Skalkottas han conseguido una cierta visibilidad internacional, a los que se suma Goran Bregović, autor de numerosas bandas sonoras como las de las películas de Emir Kusturica. Nombres como los de Josip Slavenski y Manolis Kalomiris son también muy estimados por su contribución musical que terminó por convertirse en un símbolo nacional. Muchos de ellos con formación en la Europa occidental, fueron los fundadores de importantes instituciones para promover y fortalecer el papel de la música clásica en sus países de origen, un verdadero aliento para los tiempos turbulentos que les tocó vivir. Como resultado, pocos estudios se han publicado sobre compositores clásicos de la región de los Balcanes, la mayoría de ellos escritos por eruditos nativos, cuyas lenguas permanecen fuera del alcance de la industria musical occidental. Sin embargo, no hay más remedio que perseverar, ya que estos estudios son, en muchos casos, la única fuente de información detallada, especialmente dada la ausencia de partituras publicadas para gran parte del repertorio.

Sinfonía no. 1 Levendia de Op. 21 de Manolis Kalomiris, interpretada por la Vienna Radio Symphony Orchestra, 1986

Paradójicamente, la música tradicional de la región ha recibido mucha más atención, en parte, por las cualidades tan distintivas – y muy frecuentemente objeto de apropiación e, incluso, de una óptica orientalista – los repertorios rituales de las comunidades agrarias. El interés tanto nacional como internacional para la música tradicional balcánica ha visto el auge de bandas como Sanja Ilic o Balkanica, muchas de ellas innovadoras y con estilos que van desde el más puro folk-instrumental a la música electrónica, pasando por el Chill out o el New age. De entre los grandes escenarios de todo el mundo donde se han expuesto la mezcla más emocionante entre tradición y modernidad destaca Eurovisión, con artistas como Jelena Tomasevic o Zeljko Joksimović. Los complejos ritmos y los instrumentos tradicionales como el acordeón, el violín, la tambura o el kaval suenan actualmente en una mezcla de estilos que grupos como la Taraf de Haïdouks o la No Smoking Orchestra de Emir Kusturica han exportado en todo el mundo.

Melodías de un pasado histórico plural y diverso conviven allí donde la política ha dividido en fronteras. El legado musical de los Balcanes todavía es un tesoro por descubrir, un tesoro que cura las cicatrices de un conflicto dolorosamente reciente, y que todavía no se ha asentado tan como quisiéramos dentro de una Europa supuestamente plural e inclusiva. La música le debe los orígenes a una región donde estos se entrelazan entre expresiones de la tradición y la modernidad.


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